viernes, 13 de noviembre de 2009

ME ATREVO A COPIAR UNA NOTA TEXTUAL DE LAVOZ.COM


La ausencia de autoridad ha transformado a Córdoba, desde hace años, en la ciudad más incontrolada y caotizada del país.

La ciudad de Córdoba es rehén de la cobardía institucionalizada. Resulta contradictorio que una corporación de cobardes pueda presionar, intimidar y destruir una ciudad y hasta poderes constitucionales, pero esa es la realidad, donde el aparente coraje de los que han hecho de la violencia y destrucción el sentido y estilo de sus reivindicaciones gremiales se explica fácilmente por la seguridad de que pueden atacar y depredar sin castigo.

Ayer, el gremio municipal (Suoem) ofreció un nuevo recital de violencia corporativa. Sus delegados y activistas ingresaron con el salvajismo necesario para irrumpir en el Concejo Deliberante, ocupar el recinto donde sesionaban los concejales, desalojarlos de sus bancas y ganar el espacio adecuado para ejecutar algunos de los números clásicos de sus movilizaciones: insultos, depredaciones y, naturalmente, ataques contra periodistas de medios gráficos y televisivos, una acción imprescindible en la estrategia de provocación y destrucción cobardes, porque sus protagonistas deben permanecer en el anonimato.

Como tienen un enorme e interminable acopio de experiencia, a uno de los invasores le bastó con recoger un vaso del piso y estrellarlo contra la cabeza de un camarógrafo de un canal local de televisión, que sufrió heridas de cierta consideración en su cara. A continuación, como aconseja el manual de activismo violento del Suoem, su secretario general, Rubén Daniele, presentó el habitual pedido de disculpas. Con ese gesto, el Suoem se considera en libertad de acción para nuevos desmanes. Y los magistrados judiciales que acostumbran no intervenir de oficio suspiran aliviados: ha sido una travesura más de muchachos incorregibles.

La explicación que da el gremio es que encontrándose las partes (municipio y sindicato) en período de conciliación obligatoria, no era procedente que el Concejo Deliberante tratase una iniciativa del Departamento Ejecutivo para limitar el gasto salarial al 55 por ciento en 2010 y al 50 por ciento en 2011 de los ingresos, además de sancionar otra ordenanza para reglamentar las asambleas y los servicios esenciales.

La ciudad de Córdoba tiene más de 400 años de existencia y centenares de grandes ciudades del mundo entero llevan décadas prohibiendo de manera expresa la paralización de tareas y dejando claramente establecidas las guardias mínimas que debe cubrir el personal comunal, que los gremios acatan, aun en situaciones de extremo conflicto. Éste no era el mejor momento para brindar a un gremio que demuestra poseer una tendencia agresiva cada vez más agresiva el pretexto para perfeccionar sus prácticas de intimidaciones y agresiones, propias de cobardes que se saben impunes por la cobardía de quienes se abstienen de intervenir para contener y condenar sus rutinarios excesos.

¿Y cómo no han de sentirse fuertes en su cobardía si, además, en medio de las turbulencias que son rituales en las reivindicaciones del Suoem, el intendente municipal y el presidente del Concejo Deliberante intercambiaban imputaciones de indolencia? El caos es sinónimo de ausencia de autoridad y Córdoba ostenta desde hace tiempo el abominable privilegio de ser la ciudad más incontrolada y caotizada del país.

La única excusa que podría esgrimir el actual jefe comunal es que recibió una ciudad incontrolable por la incapacidad, inoperancia y resignación a transar de cualquier manera de al menos los últimos dos intendentes que le precedieron en el cargo. Pero él no ha sido votado para prolongar ese nefasto estilo administrativo. Su torpeza e ingenuidad lo han dejado en virtual soledad política, pero no parece advertir que contaría con una inmensa mayoría si se decidiese a obrar.

Esa inmensa mayoría está constituida por más de un millón y medio de ciudadanos que están hartos de ser tomados como rehenes por sindicalismos violentos.

Son un millón y medio de ciudadanos que no se resignan a la pérdida de su ciudad, que quieren volver a sentirla suya, no tierra de nadie ocupada con abusiva frecuencia por quienes saben que la violencia y la destrucción son las mejores garantías de imposición de sus planteos actuales, y reaseguros de victoria para los próximos reclamos.

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